El drama de los refugiados que llaman a las puertas de Europa es, tal vez, uno de los dramas humanos más importantes que está teniendo lugar en estos momentos. Es un tema actual, sin duda. Un tema "caliente" que está dando mucho que pensar y que hablar. El papa Francisco ha dicho que estamos ante la crisis humanitaria más importante acontecida en la historia después de la Segunda Guerra Mundial.

Debajo de nuestras oraciones litúrgicas, de nuestros ritos y de nuestros gestos está el gran Misterio de la fe que celebramos. Ahondar en la liturgia es importante para nuestras comunidades cristianas y, especialmente, para nuestras comunidades de vida consagrada, pues es una cuestión nuclear y vital.

El papa Francisco se ha dirigido en diversas ocasiones a la vida consagrada. Algunas veces lo ha hecho de forma espontánea, sin papeles; otras, lo ha hecho de manera más formal.

Finalizado el Año de la Vida Consagrada por él mismo convocado, hemos creído interesante recoger en este sencillo volumen las palabras más destacadas del papa Francisco al respecto.

Lo distintivo de la vida religiosa, como de cualquier realidad humana, se ha de buscar en la relación que mantiene con su entorno, con la realidad. Por ello es importante comprender la vida consagrada dentro de la Iglesia toda. Solo en el marco eclesial puede comprenderse su esencia. Nunca de forma aislada.

¿Tiene algo que ver la vida religiosa o consagrada cn aquella mujer galilea del siglo I? Quienes profesan esta forma de vida declaran tener múltiples lazos con la Madre del Señor.

Evidentemente, Jesús es el referente esencial de la vida religiosa; María, su madre, forma parte irrenunciable de esa "constelación" original del Señor Jesús. Su vínculo con la Iglesia no es del mismo orden que el de otras figuras de esa constelación como Pedro, Pablo o María Magdalena.

Cuando una persona es llamada a la vida consagrada, ¡con cuánto respeto acometeremos la misión de acompañarla en su camino de configuración con Cristo!

El Espíritu Santo, formador por excelencia, nos hace tomar conciencia de la fuerza de la gracia, capaz de abrir los corazones a su perdón, su bondad, su misericordia. Desde ahí, desde la conciencia de ser hijos infinitamente amados, la vida consagrada no es sino respuesta filial a ese amor infinito.